domingo, 1 de noviembre de 2009

Dia D (despedida y cierre)

El día de la botadura resultó bastante completo (como casi todos los días pasados allí). Sin demasiado tiempo para asentar las emociones propias y ajenas fuimos invitados a participar en un reportaje de televisión. Nuestra intervención se limitó a acompañar a los protagonistas en su excursión a un fiordo lleno de icebergs y en hacerle de motor al cámara en un kayak doble. No sería destacable a no ser por los sabios comentarios de Txema, que sabe imponerse a las exigencias del guión y del formato:


domingo, 25 de octubre de 2009

Dia D (flota!)

Subir al umiaq de un salto, in extremis, resultó mucho más fácil que convencer a unas cuantas señoras de que tenían que sentarse en el suelo so pena de zozobrar.  No me sabía la expresión groenlandesa para "so pena de zozobrar" y mi cara de terror no bastaba para hacerles abandonar la comodidad (y la dignidad) del banco. Cuando la cosa empezó a inclinarse de verdad Eva consiguió que su potente voz danesa se impusiera a los chillidos generalizados y algunas se sentaron el el suelo. Creo que la obispo todavía no me lo ha perdonado.

La zodiac llegó, con su entusiasta tripulación, a tiempo de velar por la seguridad de los múltiples grupos que por turnos fueron probando el umiaq y el qajaq.








Dia D (al agua!)

La comitiva llegó felizmente a la orilla

Javier improvisó unas palabras (algo así como "tenemos que esperar a que llegue la zodiac") tras las cuales la gente se sentó a esperar (un ratito, al menos)

hasta que alguien decidió empezar la ceremonia con un discurso en la lengua nativa que yo traduje para mí como "bueno tú, que me pongo nervioso, vamos a meter esto en el agua y ya veremos, que vengan las señoras que esto es tradicionalmente un barco para ellas" Como un discurso así en lengua inuit vienen a ser como tres palabras, en un visto y no visto el umiaq estaba en la misma orilla, lleno de señoras que reían nerviosamente ante la idea de agarrar un remo por primera vez en su vida.

Día D (preparativos)

La convocatoria pública a la botadura del umiaq, aprovechando nuestra participación en un caffemik,  fué recibida con lo que a mi me pareció una notable indiferencia. Me equivoqué, claro. Supongo que esperaba algo así como "qué bien, vendremos encantados" o cualquier otra fórmula más versallesca. Allí no se estilan este tipo de manifestaciones corteses de júbilo anticipado. Lo cierto es que al día siguiente, desde primera hora, empezó a llegar gente vívamente interesada en el acontecimiento.

Algunos chavales acogieron la idea de terminar de montar el umiaq con alegría disfrazada de profesionalidad.

Estábamos esperando la llegada de una Zodiac, para que nos hiciera de soporte táctico y de barca de salvamento si llegaba el caso. Dudábamos de las habilidades natatorias de los inuit y el umiaq nos había dado algún susto en las pruebas previas, en un Mediterráneo calentito.  La Zodiac, sin embargo, estaba a bastantes millas de distancia; viniendo, pero todavía lejos. Cuando ya se había congregado bastante gente, iniciamos el porteo, en una curiosa procesión y entre bromas que entendían los que las entendían. El personal masculino abría la marcha, cargando el objeto presuntamente flotante. Detrás, con la obispo a la cabeza, las que estaban destinadas a ser las protagonistas de la historia, aunque nosotros lo ignorábamos. Deberíamos haberlo sospechado al ver a los hombres con vestimenta de trabajo y a algunas de las señoras en bikini y con la toalla al hombro.

Morriñaq

Etimológicamente, la nostalgia duele. ¿Servirá como argumento para excusar mi falta de dedicación al blog? En cualquier caso, el ambiente lluvioso, al fin, y la temperatura ya algo fresquita por las noches, me han despertado una gran morriña (morrinarsuaq?) por revivir aquel aire de otoño en pleno verano ártico.
A ver si lo voy terminando:


Entre celebraciones  festejos terminanos de montar la estructura. La cubierta de lona volvió a encajar perfectamente y recibió unos toques de pintura de manos de JK. Todo bajo la atenta mirada de la estatua de Leiff Eriksson, cariñosamente conocida como "el monigote".

domingo, 23 de agosto de 2009

Pausas

El verano ártico es fugaz e intenso. La naturaleza lo sabe y se precipita, serena pero implacablemente. Los habitantes del lugar hacen lo propio: es época de reencuentros familiares y de celebraciones que terminan, sabiamente, en una comilona. El 21 de junio es la fiesta nacional (este año además celebraban su independencia (!?) de Dinamarca), el 24 desde el Hostel correspondimos con una "fiesta española", a los pocos días una confirmación especial con la presencia de la Obispa de Groenlandia y el correspondiente festín, no pasó una semana antes de que desapareciera todo el mundo para asistir durante cuatro días a la fiesta de los granjeros en Qaqortoq, a unos 100 km fiordo abajo... y así.
Las fotos corresponden a la fiesta del Hostel el día 24, en que la terraza-taller se tuvo que despejar para que cumpliera su función principal. El qajaq (sí, el del blog!!!) colgando por el exterior de la barandilla y el incipiente umiaq haciendo lo propio en la otra esquina.
Lo cierto es que resultó una pausa la mar de agradable. Sucumbieron al entusiasmo dos enormes paellas, unas 10 tortillas de patatas, jarras de sangría... lo normal, vamos, incluyendo una larga conga que, encabezada por un cojo (!), dió la vuelta al hostel y no decayó ni siquiera al subir la escalera, que ya tiene mérito.
En la foto cuento varios Ottos: Otto el piloto (no es broma, pilotaba una de las zodiacs de Tasermiut), Otto el taxista (tampoco es broma: Narsaq, con unos 1500 habitantes, cuenta con un servicio de 15 taxis!!! conectados por radio, y no hay una sola carretera que salga del pueblo), Otto el organista (imprescindible en un servicio religioso)... La mayoría de los Ottos se llaman Otto Frederiksen, como el fundador del pueblo en 1924, y son de hecho su viva imagen. Cuento además un Ottorak, diminutivo de Otto. Al "pequeño Otto", desmejorado después de una muy reciente operación a corazon abierto, le he conocido yo con unos 120 kg., (los inuit en general no están educados en la ironía: un chiste en este sentido no sería bien recibido) Ottorak es el mecánico en un pueblo de granjeros, especializado pues en maquinaria pesada. Se cuenta que mató un oso en Narsarsuaq, hace como veinte años. Viene a ser a Qassiarsuq lo que Esautomátix a la aldea de Astérix, con un carácter parecido. Sus miradas de aprobación ante el umiaq y su interés fueron la prueba definitiva de que nuestra idea conectaba con el pueblo.


Qassiarsuq cuenta oficialmente con unos 60 habitantes, incluidas las granjas de alrededor. Creo que en la fiesta eramos más. El "párking" del hostel presentaba este aspecto, que no era muy distinto del que presentaba el embarcadero.


Una buena primera inmersión en el ambiente y la lengua del país.

(re)construcción

La verdad es que no hay mucho que contar en lo que se refiere al proceso de (re)construcción del umiaq: todo transcurrió según lo previsto, vaya. Las piezas llegaron en perfecto estado. Incluso los listones más largos sobrevivieron a los intensos fríos y a la larga exposición al sol dentro de su envoltura de plástico (cosa nada recomendable). La cosa se limitaba, pues, a largas sesiones de ligadas con el hilo que nos habían fabricado prácticamente a medida. Algo que ya habíamos hecho muchas veces, sólo que esta vez era la definitiva. Todo iba encajando en su sitio con absoluta placidez y las horas transcurrían en un entorno casi zen, repitiendo los mismos movimientos, viendo pasar a la misma gente, sin relojes, sin calendarios. Despertarse cuando el cuerpo lo pedía (a las 5 de la mañana, los primeros días), desayunar en la impagable terraza-taller, añadir algunas piezas, pescar algunos bacalaos con Mariano (cuánto se te echa de menos, Mariano!), volver a desayunar con más gente cuando te dabas cuenta de que tan sólo eran las nueve de la mañana, descubrir que el Norte está justo donde te imaginabas el Oeste, contar otra vez la historia del umiaq, intercambiar miradas con algún inuit empático (valga la redundancia), descubrir a cada comida el saber hacer de Dada, escuchar las historias de los demás hasta agotar la capacidad de sorprenderse, cantar algunas barbaridades, chismorrear cual costureras, escaparse en un paseo de cinco minutos y experimentar una soledad profundísima, colaborar en alguna ñapa de fontanería en una casa remota (valga la redundancia), taparse un poco cuando llovía, abrigarse algo si soplaba una brisa... No sabría decir cuántos días pasaron de esa agradable rutina, lo cierto es que el umiaq avanzaba, sin prisas y con algunas pausas...